Aquella madrugada llevaba dos horas y media despierta.
Fueron días de desvelarme y ver amanecer.
Y antes del sol nada de inciensos ni de yoga ni de morning routines.
Solo ansiedad y esa bola en el pecho que me cortaba la respiración.
Me incorporé y me senté en la posición en la que suelo ponerme cuando me cuesta respirar.
Y en mi cabeza resonaba:
No es sí
No es sí
No es sí
Pocos días antes de aquella noche de insomnio, había retomado el tapiz bordado que bauticé con ese nombre, no es sí: una especie de mantra, una suerte de mensaje que me atravesó como un rayo una noche de pandemia en la que intentaba entender el origen de todos mis males. Fue tan fuerte que sentí que plasmarlo en algo físico me ayudaría a no olvidarlo nunca. Lo mismo que hago con los tatuajes, supongo.
El tapiz en cuestión está incompleto y lo empecé hace ya cuatro años. Solo lo bordo en ocasiones especiales, en esos momentos en los que necesito reafirmar mi mantra. Lo bordo, y mientras, repito:
No es sí
No es sí
No es sí
Pero esa vez me había puesto a bordar de forma anticipada, en realidad por placer, pero casi de forma premonitoria. Como si hubiera sabido de antemano que me llegaría una nueva decepción pocos días después.
Cada vez que lo avanzo siento alegría y pena. Lo imagino terminado y siento nostalgia anticipada. Como si esa parte de mí que disfruta de su proceso muriera en la culminación, solo sabiendo habitar el deseo para morir en el logro.
Dos caras opuestas. Blanco y negro y color, bautizadas cada una con uno de los monosílabos. En realidad son dos tapices, pero creo que hablo en singular porque los dos forman una cosa sola. Pienso en qué haré con él cuando esté terminado y me da un poco de ansiedad, porque igual ni me gusta y no quiero colgarlo en ninguna parte, y acabo por esconderlo, y con ello olvidando el dichoso mantra que tantas veces me mantiene a flote.
A veces creo que cuando lo acabe, se irá la maldición. Como si fuese el personaje de un cuento que diría algo así como:
érase una vez una doncella encerrada en lo alto de una torre que tenía una maldición de que solo sabía decir SÍ entonces aparecía una vieja y le decía que se le iría la maldición si decía la palabra NO y la chica no se fía y la vieja le dice que si q se fíe porque en realidad DECIR QUE NO A LOS DEMÁS ES DECIR QUE SÍ A ELLA MISMA y entonces ella intenta decir que NO y no le sale y la vieja le dice que la maldición se va cuando termine de bordar el tapiz de dos caras que le va a encargar mientras repita “no es si no es si” en bucle y que cuando lo termine en la última puntada la palabra saldrá de su boca y entonces la podrá pronunciar siempre.
Y ahí acabaría el cuento, porque en realidad no sabemos si A) la chica está dispuesta a terminar el coso y liberarse del mal, a costa de perder parte de su identidad, o B) si directamente se caga de miedo y se queda como una boluda, mirando por la ventana, sin hacer nada para salvarse y llorando su maldición.
Acá ya hice spoiler al principio lo que pasó en realidad. Y es que yo, la de verdad, la no doncella, como siempre, me puse a ello.
Bordo ( y medito y hago terapia y --- ) y a veces siento que no sirve para nada y, otras veces, sigo y sigo, convencida de que me llegará alguna recompensa.
Aquella madrugada llevaba ya tres horas y media despierta, así que me puse a bordar. Por ver si así, por lo menos, se me iba un poco la pena, me sentía menos rota y un poco menos maldita.
Quizá hoy, de nuevo, vuelva a hacerlo. Podría contar que me han vuelto a decepcionar, pero eso es otra historia.
Ya veremos.
Por lo menos
todavía
no está amaneciendo.
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